Autobiografía Intelectual

M

afalda. Todo comenzó a una edad muy temprana, probablemente en mis primeros años de la primaria.  Me levantaba temprano los fines de semana y silenciosamente –me gustaría creer- caminaba de puntillas hasta el librero que se encontraba cerca de mi habitación, sacaba el pesado libro de Toda Mafalda, que para esa edad, me parecía formidable el hecho de cargar semejante obra sin despertar a toda mi familia. Era muy emocionante abrir el tomo en una página al azar y leer desde allí, para después de un rato volver a hacer lo mismo. En ese entonces, las tiras solo me entretenían y no comprendía el gran mensaje político, aun así, fue una gran manera de hacer que comenzara a mostrar interés por la lectura.
Mi papá es una gran admirador de Mafalda. Él comenzó a leerlas desde antes de que yo naciera, allí creció su amor por ella. Gracias a él y a sus tiras, empecé a mostrar interés por la lectura, pero antes que nada, me gustaba más ver los dibujos y la forma de ser de cada personaje. Antes de que nos regalaran el libro de Toda Mafalda, mi papá nos prestabas sus pequeños libros en los cuales se dividía toda la obra. Eran muy frágiles, estaban ya viejos y usados, así que los veía y leía con mucho cuidado. Cuando por fin, a mi hermano y a mí nos obsequiaron Toda Mafalda, me sentí con más libertad al leerlo, pues notaba que no se deshojaría al tacto.
Cuando me inicié en la lectura estaba probablemente en el jardín de niños o en mis primeros años de la primaria. Desde muy pequeña, mis padres nos llevaban a mi hermano y a mí al cuentacuentos. Él se presentaba todos los sábados temprano en una librería llamada Fondo de Cultura Económica. Nosotros vivíamos en Guadalajara cuando íbamos. No lo recuerdo con tanta lucidez y apenas tengo destellos en la memoria de aquellos días, sin embargo, recuerdo la sensación de encanto y casi hipnotizante. Los cuentos que leía y cómo los leía el cuentacuentos  me es por poco irrecordable. Me parece que después de cada lectura, mis papás nos compraban el libro que se había presentado o algún otro de nuestro gusto. El libro, ya en nuestras manos, permanecía un largo tiempo, leyéndolo y releyéndolo hasta que hiciéramos nuestra próxima visita a la librería y descubriéramos alguna otra joya para divertirnos. De ahí nos hicimos dueños de colecciones de lecturas infantiles muy extensas que al paso del tiempo han ido desapareciendo porque son donados o regalados. En mi casa siguen algunos de ellos, los preferidos. De entre ellos se encuentran libros como Cosas que me gustan, La feria de los animales, 22 huérfanos y El pájaro del alma. Nuestro autor preferido, sin saberlo en aquellas épocas, es Anthony Browne, ya que la mayoría de los libros conservados, él es el que más aparece.
Desde ese momento descubrí un mundo del que ya no quería salir. Me gustaba mucho observar los lomos de los libros, leer sus títulos y hojearlos para ver si me convencían. Al crecer mis gustos fueron cambiando y quería leer otro tipo de lecturas. Los libros de moda cuando yo estaba en la primaria los leí y era una lucha ver quien conseguía primer la segunda o tercera parte de la saga. Algunos de los libros de moda eran Fairy Oak, Ghostgirl y La ciudad de las bestias.
Después entré a la secundaria, y leer por gusto se acabó. Me enteré que obligaban a los alumnos a leer libros ya asignados y me dio miedo. A mí me gusta leer por iniciativa propia, mas cuando dicen que es “obligatorio”, el gusto se me va. Eso era al principio, más tarde comencé a verle el lado bueno a todo y los disfruté, en su mayoría. Libros que me encantaron a los largo de la secundaria fue El Perfume de Patrick Süskind, Un Mundo Feliz de Aldous Huxley y El Extranjero de Albert Camus, entre otros.
Fuera de la escuela seguía leyendo cosas de mi gusto, pero para entonces, ya no tenía tanto tiempo. Leía más bien libros que mis amigas o mis papás me recomendaban. Seguía leyendo los libros de las listas de los diez más vendidos, como Los Juegos del Hambre o El Nombre del Viento, autores que no conocía para ese entonces, como a José Saramago con Caín. Si no, yo me adentraba a Gandhi y lo recorría por un largo rato, para al final decidirme por uno, llevarlo a cajas y leerlo en cuanto llegará a casa.  La filosofía comenzó a llamarme la atención cuando devoré el libro de El Mundo de Sofía de Jostein Gaarder y lo leí como dos veces, seguidas.

Harry Potter, la heptalogía en la cual nos sumergemos en un mundo de magos, de elfos, de dragones y de horrocruxes, es una de las series más famosas, importantes e increíbles. Al menos para mí. La publicación del primer libro fue en 1997. Prácticamente, no fui de esa generación la cuál devoró cada nueva publicación de la serie, porque era una recién nacida; esa euforia por Harry Potter me llegó años después y en épocas a lo largo de mi vida. Comencé chica. Las películas de Harry las vi antes de saber mucho sobre los libros, pero gracias a eso fue que me interesé por leerlos. Eso y que mis amigos también los leyeran y los recomendaran. Así comenzó mi travesía por este maravilloso mundo mágico. Yo siempre he sido miedosa y no me gustan las cosas que puedan quitarme el sueño por las noches, así que leer los primeros dos libros de Harry Potter fue una gran hazaña para mí. El segundo en particular era el que más me aterrorizaba. Después me detuve por un tiempo, algunos años hasta que los volví a ver empolvados enterrados en mi librero. Comencé por el libro La Piedra Filosofal y no me detuve hasta terminar La Orden del Fénix. Aun no termino de leerla, pero no me apuro, porque aunque ya conozca la historia y su final, me encanta leer, página por página, esta sorprendente historia, que me sabe a vida cada párrafo, cada capítulo, cada libro.

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