Novecento de Alessandro Baricco: El Miedo
Por:
Daniel Carrizales Romero
«¿No
tenéis miedo de acabar destrozado sólo con pensar en esa enormidad, solo con
pensar en ella? Y para vivirla…/»
Novecento
Alessandro Baricco
Alessandro Baricco
Resumen:
El miedo a la infinidad del mundo es el que impide a Novecento salir del barco,
ya que es lo único que conoce y él se niega a vivir, vive a través de la música
y de los pasajeros del Virginian.
Palabras
clave: Miedo, barco, negación, sublimación, vida
Abstract: Fearing the world´s immensity is what keeps Novecento
from leaving the ship, because it’s the only thing he knows and he refuses
living, he lives through music and Virginian passengers.
Key words: Fear, ship, negation, sublimation, life
Résumé : La peur de l'infini du monde empêche Novecento quitter le bateau, car il est tout ce qu'il sait et il refuse de vivre, il vit à travers la musique et les passagers du Virginian.
Mots-clés: Peur, bateau, négation, sublimation, vie
En
el monólogo dramático Novecento: la
leyenda del pianista en el océano (2014), de Alessandro Baricco (1958. Turín, Italia), el
personaje principal Danny Boodmann T. D. Lemon Novecento, abrumado por la
inmensidad de la vida, jamás bajó del barco porque el miedo lo paralizó.
Para
el filósofo griego Aristóteles, el miedo o phóbos «Sea pues el miedo (phóbos)
una aflicción o barullo de la imaginación (phantasía) cuando está a punto de
sobrevenir un mal destructivo o aflictivo» (Domínguez, V., 2003, p. 666).
El
miedo es un tema fundamental en la vida y la psicología humana y en general
animal, una ansiedad, como lo definiría el padre del psicoanálisis Sigmund
Freud, que mantiene al individuo paralizado, por llamarlo de alguna manera,
como si a los ojos hubiese mirado a la Medusa. El individuo niega al mundo,
huye de él, no avanza y se refugia en su sublime talento para tocar el piano.
La
ansiedad, según Sigmund Freud en su teoría del miedo, es «una señal del Yo[1] que indica necesidad de
sobrevivir y cuando concierne a todo el cuerpo se considera como una señal de que
el mismo está en peligro.». Freud habló de tres tipos de
ansiedad: la ansiedad moral, que se refiere a la vergüenza, la culpa y el temor
a ser juzgado; la ansiedad neurótica que es la que lidia contra los impulsos
del Ello, es decir los placeres y la necesidad de satisfacerlos de manera
inmediata; y la que interesa en este caso, la ansiedad de realidad que es el miedo a los
factores exteriores, hacia lo que supone un peligro verdadero, el
salvaje estado natural[2] de la sociedad humana que
se encontraba a unos escalones bajando del barco. (Boeree, G., 1998)
Según Boeree (1998), para
Freud, el Yo lidia con las exigencias de la realidad[3], pero llega un momento en
que no soporta más y esta ansiedad se vuelve sofocante y el Yo “activa”
distintos mecanismos de defensa de los cuales dos son de un mayor peso, cuando se
analiza la manera de actuar de Novecento: la primera es la negación, la defensa
primitiva para evitar experimentar una situación demasiado intensa para
manejarla; la segunda es la sublimación, que es la canalización de algún
impulso, ya sea sexual, de miedo o ira de una forma aceptable para la sociedad; el miedo se transforma hacia algo más. En este caso, el arte, la música que
tocaba Novecento en el piano, aunque para Freud todo el arte surge mayormente de la represión de un impulso sexual.
El
transatlántico Virginian, que viajaba de Europa a América y de América a Europa, en alguno
de esos viajes, nacería el que sería el pianista más grande y brillante sobre la
tierra… o el mar, Novecento, quien incluso llega a superar al mismísimo Jelly
Roll Morton. Novecento, ese que nunca baja del barco por miedo y se vuela en pedazos junto
con éste, durante la Segunda Guerra Mundial.
Quizá
esta es la razón por la que Novecento decidió jamás abandonar el Virginian: no
conocía otro lugar que no fuera el navío, porque sus padres biológicos lo habían
abandonado a escasos diez días de nacido dentro de él, encima del piano, cual presagio; pudo ser el destino, pues «Debieron decirse (sus padres): si lo dejamos sobre el piano de cola, en el salón de baile de primera clase, a lo mejor se lo lleva consigo un ricachón, (...)» (p. 13)[4]. Novecento fue criado por un marinero
cuyo nombre era Danny Boodmann, él le dio ese nombre tan largo: Danny Boodmann
T. D. Lemon Novecento. Y fue por él que Novecento no bajó del barco los
primeros ocho años de su vida, debido a que Danny tenía miedo que las autoridades portuarias
lo apartasen de él; ocho años en que su vida no fue más que el Virginian, no
por decisión personal sino por orden de la figura más importante en
su vida: su padre. «El hecho es que Danny tenía miedo de que se lo llevaran con
alguna de esas historias de documentos y otras zarandajas» (p. 26)
Según Boeree, para Freud, el Superyó se forma durante los primeros siete años de vida del
individuo, por lo tanto las únicas necesidades sociales que conoció Novecento y
por consiguiente su Superyó, era el Virginian, el barco se
convirtió en su mundo. Su identidad se definía a partir de éste, por lo que el mundo exterior era desconocido. Sin embargo, Novecento desarrolló su intuición que le permitió ver a través de las demás personas, podía ver y oler
casi cualquier parte del mundo, en donde nunca estuvo. «Yo nací en este barco. Y por aquí pasaba el mundo, pero a razón de dos
mil personas cada vez» (p. 74)
Existe
una muestra del carácter, la decisión y la determinación de Novecento de
permanecer el barco, de su ethe, cuando el Virginian era ya inservible y estaba
a punto de ser explotado, Novecento, sentado sobre cajas de explosivos, decide
que el morirá junto al Virginian. Como se mencionó antes el Virginian para Novecento
era algo así como su patria, pues fuera del barco el no existía, así que, si salía
se volvería un apátrida. El novelista europeo Stefan Zweig sufrió lo mismo, él
puso fin a su vida cuando vio fin a su patria durante el auge del nazismo, Novecento
se hundió con ella a su voluntad, se podría decir que se suicidó pues le tenía más
miedo al mundo que a la muerte.
El
Virginian era la cueva de Novecento y sus pasajeros eran las sombras de ese
mundo exterior a través de las cuales Novecento había formado su propia realidad.
El filósofo griego Platón escribió un texto al que se le llama la alegoría o
mito de la caverna, este narra la historia de unos hombres dentro de una cueva,
encadenados de nacimiento con la vista fija en la pared, ahí veían las sombras
que se proyectaban del mundo exterior y esa era su realidad pues, igual que Novecento,
no conocían nada más, un día uno de esos prisioneros le fue permitido salir y
vio al mundo real, con miedo y asombro a la vez, así que regresó a contarle a los
demás prisioneros, pero estos se asustaron, no podían concebirlo y decidieron
firmemente permanecer en la cueva donde estarían sanos y salvos. Así Novecento,
él podía ver, oler, saborear lugares que no había visitado a través de leer a
esas personas que pasaban por el barco.
«Viajaba.
Resultaba difícil comprender lo que podía saber el de iglesias, y de nieve, y
de tigres y…, vamos, que nunca había bajado de aquel barco, nunca en su vida,
no era una trola, todo era verdad. No había bajado nunca. Y, sin embargo, era
como si hubiera visto todas esas cosas. (…) En los ojos de alguien, en las
palabras de alguien, él había respirado ese aire. A su manera: pero de verdad.»
(pp. 40-41)
Por
lo que no es de extrañarse que Novecento, aun después que le fue permitido
bajar tras la muerte de Danny Boodmann por los demás marineros, diera la mayor
demostración de su êthê, ese carácter que se vislumbra con la decisión de
Novecento de resistirse a bajar del barco, negándose a experimentar lo
desconocido, negándose a salir de la cueva: una primera vez cuando no bajó al
serle ofrecido por los demás marineros y una segunda vez cuando decidió por fin
luchar contra su miedo[5] y salir del barco para
cumplir su deseo de ver el mar desde otra perspectiva, y al bajar se quedó
petrificado como si la Medusa lo estuviese esperando bajando ese tercer
escalón, Novecento regresó al barco para nunca más volver a bajar, negándose una
vez más la oportunidad de vivir fuera de él.
La
Medusa, esa criatura mitológica griega a la que Perseo usaría como escudo ante
sus enemigos, tiene serpientes en su pelo y su mirada petrifica, paraliza y
bloquea, al igual que el miedo, es en ese momento cuando Novecento iba por el
tercer escalón bajando del barco se detuvo. «Mira Nueva York, después baja el primer escalón, el segundo, el
tercero. (…) Fue en el tercer escalón cuando se paró. De golpe. (…)
permaneció así durante un tiempo eterno. (…) vimos a Novecento, (…) que volvía
a subir aquellos dos escalones, de espaldas al mundo y con una extraña sonrisa
en la cara.» (pp. 63-64), Novecento luego explicaría que la razón por la que no
bajó fue por la inmensidad del mundo, que no podía ver un final, que no podía
imaginar la infinidad de decisiones por tomar.
«¿No
tenéis miedo de acabar destrozado sólo con pensar en esa enormidad, solo con
pensar en ella? Y para vivirla…/ (…) la tierra es un barco demasiado grande
para mí. Es un viaje demasiado largo. Es una mujer muy hermosa. Es un perfume
demasiado intenso. Es una música que no se tocar. Perdonadme. Pero no voy a
bajar.» (pp. 74-75)
Novecento
sabe que no baja del barco porque tiene miedo y conoce que huir de él, tal y
como lo dice Freud, es un mecanismo de supervivencia, él aprendió a destrozar
sus deseos, a conjurarlos para escapar, satisfacerlos con pequeñas experiencias
de sombras, escapó de las mujeres, del padre que nunca fue, la tierra, a los
amigos, a la maravilla, al milagro, a la rabia, la música, la alegría.
«Las
ganas de descender/
El
miedo a hacerlo/
Así
te vuelves loco/
Loco/
Tienes
que hacer algo, y yo ya lo he hecho/ (…)
Yo
que no fui capaz de bajar de este barco, para salvarme me bajé de mi vida.
Escalón a escalón. Y cada escalón era un deseo. A cada nuevo paso, un deseo al
que le decía adiós. (…) No estamos locos cuando hemos encontrado el sistema
para salvarnos. (…) Los deseos estaban destrozándome el alma. Podría vivirlos,
pero no lo conseguí. Así que entonces los conjuré. Y uno a uno los fui dejando detrás
de mí» (pp.75-76)
El
mecanismo principal de defensa de Novecento es la negación, como ya se ha
escrito, mas existe, en la manera de actuar de Novecento otro mecanismo de
defensa, quizá menos visible, la sublimación. El día que murió Danny Boodmann y
el resto de los marineros querían ponerle fin a la situación de Novecento en el
barco, este, aun siendo un niño, repentinamente se desapareció, ya se le daba
por muerto, pero, así como desapareció, reapareció, y de qué manera lo hizo,
tocando el piano, Novecento era uno con el piano. El piano, la música, el arte
eran su refugio ante el miedo que le causaba el mundo fuera del Virginian y era
su servicio a los pasajeros que, así como Novecento temía a la tierra, ellos temían
al mar. «Tocábamos porque el océano es grande y da miedo.» (p. 14)
Esta
manera de tocar tan personal, un juego con las teclas para sí mismo, era la
terapia que el mismo se impartía, así Novecento solo tocaba lo que quería oír y
sentir en el momento. Es por esta situación, además de su relativo aislamiento
del mundo, que Novecento no tenía un sentido de la competencia, no podía
concebir lo que era un duelo de música, esto queda manifiesto con lo que pasa
durante la batalla pianística que sostiene con Jelly Roll Morton, Novecento
solo tocaba lo que sentía en ese momento sin importar que tan técnicamente perfecto
fuese o la complejidad, la velocidad. «Un poco como el viejo Danny: no tenía espíritu
de competición, no le importaba un carajo saber quién ganaba: era todo lo demás
lo que le maravillaba.» (p. 48) No fue sino hasta una provocación de corte
personal por parte de Jelly Roll Morton que Novecento se decidió a humillar al
tan lleno de hybris, Jelly Roll Morton, el inventor del jazz.
En
conclusión, el miedo fue el que llevó a Novecento a negarse la vida, negarse
amar, vivir o soñar, eso lo hacía a través de su música y de los pasajeros que traían
su vida por el Virginian, como dice Novecento, él encontró una estrategia para
sobrevivir, ya que la única manera conocida para el de vivir era el Virginian,
salir, psicológicamente hablando, sería difícil para él, vivir en el Virginian,
era limitado, su miedo es razonable.
Bibliografía
Baricco,
A., & González Rovira, X. (2012). Novecento. México: Anagrama.
Boeree,
G. (1998). Sigmund Freud
1856-1939 (1st ed.). Shippensburg: Universidad de Shippensburg. Retrieved from
http://www.elalmanaque.com/psicologia/freud.htm
Domínguez, V. (2003). El miedo en
Aristóteles (1st ed., p. 666). Oviedo, España: Universidad de Oviedo. Retrieved
from http://www.psicothema.com/pdf/1121.pdf
[1] El Yo es la conciencia, la razón,
que lidia con el Ello y el Superyó y los alimenta a la vez.
[2] El filósofo Thomas Hobbes le
llamaba así, debido a que era un estado de guerra por naturaleza humana.
[3] El Superyó representa a la sociedad,
a las necesidades que representa la sociedad, se forma a partir de las
gratificaciones y los castigos del padre y la madre durante la niñez. El Ello
[4] Todas las citas en las que
solamente se haga una acreditación al número de página de la cual fue extraída
son citas del libro Novecento de
Alessandro Baricco. Baricco, A., & González Rovira, X. (2012). Novecento. México: Anagrama.
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